Estamos tan habituados al ritmo apresurado de la rutina en que nos tiene sumergidos el mundo actual, que hemos aceptado el día a día como una carrera de velocidad que al final de la jornada provoca que nos sintamos exhaustos. ¿Por qué llegamos a esto?
Parte de estar al corriente con las nuevas tendencias es sucumbir a muchos estereotipos y modelos de referencia que utilizamos para valorar lo que es realmente eficiente y productivo para la obtención de rápidos resultados. Por ende, afianzamos cada vez más el evaluar y juzgar a las personas, sus comportamientos en base a dichas referencias estereotipadas de rapidez y a su supuesta productividad en la ejecución de sus labores. La fuerte tendencia a sobrevalorar la velocidad, la prisa, y el papel que estos conceptos tienen para alcanzar resultados, podría provocar que pasemos por alto los riesgos de tener el corazón y la mente constantemente revolucionados. Sin embargo, en estos tiempos de revolución tecnológica y digital es cuando más desafiante resulta controlar la velocidad a la que nos dirigimos en pos de nuestros objetivos organizacionales.
Es muy delgada la línea de confundir la transformación con velocidad, cuando Transformar es… simplemente eso… transformar, hacer que algo cambie o sea distinto… no más rápido. Si deseamos llegar a un término en cualquiera de los procesos de transformación que todos tenemos en modo “trabajo en progreso” en nuestras organizaciones, tenemos que aprender a detenernos. Porque una de las claves de la transformación es ser lo suficientemente inteligentes para controlar la velocidad del cambio. Es cierto que en algunas ocasiones es necesario trabajar en un estado de alta revolución, sin embargo, no es sostenible a largo plazo.
Desarrollar la capacidad de detenerse, podría convertirse en un valor para la organización. Frenar, levantar la mano y hacer que todos los miembros del equipo se detengan junto a nosotros. Detenerse y mirar atrás. Es importante mirar de forma concreta y asertiva los derrapes organizativos, comprender el riesgo que supuso nuestro exceso de velocidad en el diseño o ejecución de ese proceso y qué oportunidades de mejora obtuvimos.
Liderar un cambio que transforme implica tener la habilidad de detenernos para pensar estratégicamente antes de actuar. Hoy el principal desafío es desarrollar la capacidad de detenernos, levantar la cabeza y tomar perspectiva.
Transformar requiere de reflexión y pienso. ¿Cuántas veces? Tantas como sean necesarias. Marcar momentos para detenernos y dejar fluir ideas, analizar el trazado en cada camino recorrido y celebrar/disfrutar de toda distancia recorrida.
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